Votar no cambia nada, los políticos siempre ganan
«Votar no cambia nada «” los políticos siempre ganan». No siempre ha sido así, pero últimamente estoy oyendo mucho variaciones de esta frase, y no sólo en el Reino Unido.
¿Por qué nos sentimos tan políticamente impotentes? ¿Por qué se está yendo el mundo al infierno de forma tan obvia? ¿Por qué nadie puede arreglarlo?
Aquí está mi (admito que caprichosa) hipótesis de trabajo»¦
La podredumbre se implantó en el siglo 19, cuando el sistema legal estadounidense comenzó a reconocer a las corporaciones como personas de facto. Pasamos rápido el colapso del ancien regime y entramos en el colonialismo de segunda generación: una vez que los Estados Unidos de América recogieron el manto de la hegemonía mundial del quebrado imperio británico en 1945, exportaron de forma natural su modelo corporativo mundialmente, y el músculo diplomático (y militar) de los Estados Unidos se usó para promover acceso a los mercados en nombre de las corporaciones estadounidenses.
Las corporaciones no comparten nuestras prioridades. Son organismos colmena construidos por abundantes trabajadores que se unen o dejan el colectivo: aquellos que eligen participar en él subordinan sus objetivos a los del colectivo, que persigue los tres objetivos corporativos de crecimiento, rentabilidad y elusión del dolor (las fuentes de dolor que un organismo corporativo busca evitar son las demandas, las acciones judiciales y las caídas en el valor de las acciones.)
Las corporaciones tienen una esperanza de vida de unos 30 años, pero son potencialmente inmortales; viven únicamente en el presente, teniendo poca consideración por el pasado o (gracias a las regulaciones sobre la contabilidad a corto plazo) o el futuro lejano: y generalmente exhiben una sociopática falta de empatía.
Colectivamente, los grupos corporativos presionan las negociaciones de tratados de comercio internacional para obtener condiciones más propicias para perseguir sus tres objetivos. Intimidan a legisladores individuales a través de canales públicos (con la amenaza siempre presente de una cobertura desfavorable en los medios) y encubiertos (donaciones a las campañas electorales). Los acuerdos generales sobre los aranceles y el comercio, y subsiguientes tratados que definen nuevos dominios de propiedad, una vez implementados en forma de leyes, definen el clima macroeconómico: los políticos nacionales, por lo tanto, no controlan ya sus economías domésticas.
Las corporaciones, al no ser humanas, carecen de lealtad patriótica; con el régimen actual de libre mercado son libres para moverse a cualquier lugar en el que los impuestos y los salarios son bajos y los beneficios altos. Hemos visto esto recientemente en Irlanda, donde, a pesar de unos brutales presupuestos de austeridad, los impuestos sobre las empresas no se subirán, no sea que las multinacionales deserten en busca de climas más cálidos.
Durante un tiempo, el sistema comunista contuvo todo esto al ofrecer un paradigma rival, aunque imperfecto, de cómo podríamos vivir: pero con el colapso de la URSS en 1991 «“y la adopción del corporativismo estatal en China como motor de desarrollo»“ la oposición a gran escala al sistema corporativo se atrofió.
Ahora estamos viviendo en un estado global que ha sido estructurado para el beneficio de unas entidades no humanas con unos objetivos no humanos. Tienen un enorme alcance mediático que utilizan para distraer la atención de las amenazas a su propia supervivencia. También tienen una enorme habilidad para aguantar la lucha contra la participación pública, excepto en las circunstancias muy limitadas en las que esta acción está prohibida. Los humanos individuales son absorbidos por estas entidades (se puede vivir muy bien como director de empresa o como político, siempre y cuando no muerdas la mano que te da de comer) o aplastados si se intentan resistir.
Resumiendo: estamos viviendo las secuelas de una invasión alienígena.
Leído aquí.
Sólo el título es matador