Trabajar 21 horas a la semana, una propuesta interesante
En 1930, el economista John Maynard Keynes anunció que, para comienzos del siglo XXI, la semana laboral se vería reducida a 15 horas. Afirmaba que en esta fecha ya no serían necesarias tantas horas de trabajo para ganar el dinero suficiente para tener nuestras necesidades básicas cubiertas, por lo que nos centraríamos en «cómo utilizar nuestra libertad alejados de preocupaciones económicas». No es un punto de partida, sólo una coincidencia. El informe «˜21 horas»™ del centro de investigación The New Economics Foundation (Nef) sólo pretende «invitarnos a tomar parte de un experimento mental». ¿Qué pasaría si nuestra jornada laboral se viera reducida en 19 horas semanales?
Pero empecemos por el principio. Esta institución sin ánimo de lucro fue fundada en 1986 por líderes de la llamada Otra Cumbre Económica, famosa por introducir temas nuevos, como la deuda internacional, en la agenda de las sesiones de la del G8. ¿Su objetivo? «Mejorar la calidad de vida, promoviendo soluciones innovadoras que pongan en cuestión el pensamiento dominante». O dicho en otras palabras; salirse de la caja, mirar hacia otros lados, para encontrar caminos novedosos. En este caso, un acercamiento entre el tiempo que dedicamos al trabajo remunerado, lo que todos consideramos trabajo con mayúsculas; y el que dedicamos a otros trabajos: domésticos, sociales, etcétera.
El prefacio del estudio está firmado por Florent Marcellesi, coordinador del centro de recursos, estudios y formación Ecopolítica, quien ha elegido una bellísima frase del economista rumano Nicholas Georgescu-Roegen para arrancar sus impresiones; «el verdadero producto del proceso económico es un flujo inmaterial: el placer de la vida».
Para Marcellesi, nuestra sociedad se sustenta en «una economía caracterizada por una precariedad laboral y un paro estructural cada vez más importante». Así, considerar nuestra manera de entender el trabajo resulta imprescindible para este pensador, como también lo es «revisar las políticas de renta». Estas dos propuestas se complementan con una tercera, que se antoja igualmente rupturista y apasionante: «las actividades domésticas voluntarias, artísticas, asociativas, etcétera, a pesar de no ser reconocidas, son fuentes de riqueza».
Otros «hasta luego, 40 horas»
Reino Unido: Semana de tres días (1974). Fue el Gobierno conservador de Edward Heath quien la impuso como medida para ahorrar energía. Sin embargo, una huelga de los mineros puso fin a esta jornada laboral tan breve. Los analistas comprobaron que la producción industrial sólo había descendido un 6%.
Estado de Utah (EE UU): Semana de cuatro días (2008-09). Con su implantación se buscaba ahorrar energía y costes en el sector público. Lo que es trabajar, se trabajaba lo mismo: 10 horas al día, de lunes a jueves. Se ahorraron 4,1 billones de dólares en absentismo y horas extras, sin contar las reducciones de CO2 y el consumo de petróleo.
Francia: Semana de 35 horas (2000-08). El lema era «Trabajar menos, vivir más». El Gobierno afirmó que se habían creado 350.000 nuevos empleos. En 2008, Nicolas Sarkozy modificó la ley dando libertad a los empresarios, que crearon un nuevo lema: «Trabajar más para ganar más».
«Proponemos que 21 horas de trabajo remunerado sustituyan, con el tiempo, a lo que en la actualidad se considera normal», dice el documento. No hablan de tres días de siete horas a la semana. «La mejor manera de verlo es distribuir 1.092 horas a lo largo de un año». Una semana de 21 horas de trabajo remunerado, o su equivalente en horas repartidas a lo largo del año, es para este colectivo una salida para acabar con nuestro bajo nivel de bienestar y poner fin a las desigualdades o a la falta de tiempo «para vivir de forma sostenible, de cuidar de nosotros y de los demás y, simplemente, de disfrutar de la vida».
Por si fuera poco, su propuesta ofrece una quimera. «Redistribuir el empleo y permitir que la gente trabaje más años podría reducir el gasto público en pensiones, subsidios por desempleo y otros tipos de costes».
El precio más alto se pagaría al principio, en lo que han llamado «la gran transición». «Una semana laboral más corta reduciría la cantidad de dinero que las personas pueden ganar», advierte el texto. Las grandes perdedoras serían, como siempre, las rentas más bajas. La transformación tendría lugar a lo largo de una década o más, con reducciones graduales que darían tiempo a la gente a adecuar sus estilos de vida y a los políticos, a diseñar sus medidas de apoyo. «También daría a los empresarios la oportunidad de elevar gradualmente el coste por hora, a medida que los incentivos mejorasen y la productividad por hora de trabajo aumentase».
No en España
«Una jornada de 21 horas, a corto plazo, no será posible aquí», afirma sin dudar José Vía, secretario de Acción Sindical de la Unión Sindical Obrera (USO). Más tajante todavía se muestra Ignacio Buqueras y Bach, presidente de la Comisión Nacional para la Racionalización de los Horarios Españoles, quien tampoco lo ve posible a medio plazo. «Es un cambio muy radical. Bienvenida toda reflexión sobre cómo distribuir mejor el tiempo y racionalizar los horarios de trabajo, pero creo que estas reformas deben ser abordadas de manera más prudente para que sean factibles», afirma. Para el secretario de Acción Sindical de USO esta jornada necesitaría unos cambios previos estructurales, de valores y culturales. «Entendemos que todo cambio de calado en la sociedad actual «“y este lo es»“ debe darse, al menos, en el ámbito de la Unión Europea. Debería, asimismo, situar el bienestar humano como epicentro del modelo económico».
Tampoco los emprendedores ven factible esta propuesta. «Realmente lo veo muy complicado», explica David Alva, presidente de la Confederación de Asociaciones de Jóvenes Empresarios (Ceaje). «Para poder llegar a implantar esa jornada laboral «“continúa Alva»“ haría falta antes el establecimiento de medidas que lo hagan posible y también un cambio de mentalidad, tanto en los procesos de trabajo como en los hábitos de consumo».
Leer la noticia completa original.